No se puede escuchar con la boca abierta. Nuestro hijo había cometido un error y queriamos explicarle las razones por las cuales, lo que había hecho estaba mal y cual era la conducta correcta. Pero él no podía escuchar lo que le decíamos, porque también estaba hablando, queriendo justificarse. Entonces le pedimos que guardara silencio y nos escuchara. Nuestro hijo lo hizo, nos escucho y pudo comprender lo que le estábamos explicando. El asunto es que a las personas nos gusta más hablar que escuchar y esta actitud afecta nuestra capacidad para comunicarnos efectivamente con otras personas, pero sobre todo con Dios. Sólo queremos hablarle a nuestro Padre celestial sobre nuestras necesidades, pero no hacemos ningún esfuerzo en escuchar su palabra y consejo. Si quieres oír la voz de Dios, debes aprender a estar en silencio ante su presencia y escuchar lo que Él quiere enseñarte. Dios sabe lo que tu necesitas, mejor que tu y quiere mostrártelo y enseñarte, pero no puedes aprovechar esa gran oportunidad, si no lo escuchas. Por eso Jesús dijo: ¡Todo el que tenga oídos para oír, que escuche y entienda!
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