Un paradigma es un conjunto de reglas que se asumen normalmente como verdades incuestionables, porque son tan evidentes que se tornan transparentes para los que están inmersos en ellas. Como el aire para las personas o el agua para el pez. De esta manera un paradigma viene a ser como un filtro que usa nuestro cerebro para percibir y comprender. Es decir, el conjunto de suposiciones, conceptos, principios y valores, que utilizamos cotidianamente, sean ciertos o no y que generalmente no están respaldados por nuestra experiencia previa. Es algo así como el refrán que dice: todo depende del cristal con que se mire.
La pregunta que hacemos es: ¿Cuál es nuestro paradigma de Dios? ¿Qué modelo de Dios tenemos y en que ejemplo está basado? ¿Cuál es el filtro que utilizamos para percibir y comprender a nuestro Padre Celestial?
¿Cuál de estos conceptos se parece a lo que percibimos de Dios?
- Dios castigador y listo para darnos nuestro merecido.
- Dios amenazador que nos aterroriza con el infierno.
- Dios vengador que nos devuelve todo lo malo que hacemos.
- Dios lejano que no se preocupa mucho por nosotros.
- Dios indiferente que no le importamos mucho.
O tenemos un concepto diferente: Dios es nuestro Padre que está en el cielo. El nos ama, se interesa por nosotros, nos disciplina y corrige amorosamente y por nuestro bien cuando nos desviamos del buen camino y nos espera con los brazos abiertos, cuando nos arrepentimos y volvemos a Él. Él nunca deja de amarnos, a pesar de lo que hagamos. Jamás nos rechaza ni nos retira Su amor.
El paradigma que tenemos de Dios tiene mucho que ver con el ejemplo que vimos en nuestra infancia en las figuras paternas y de autoridad, como familiares y maestros. También puede estar relacionado con las enseñanzas religiosas que hemos recibido. Sin embargo, debemos realmente basarlo de lo que leemos en las palabras de Jesús y de nuestra experiencia personal con Él.
La mejor explicación de cómo es Dios, la tenemos en la parábola del hijo pródigo:
Lucas 15:11-31
Jesús contó esto también: Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Entonces el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se lo había gastado todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: ¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores. Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo. Pero el padre ordenó a sus criados: Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado. Comenzaron la fiesta. Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le dijo: Es que su hermano ha vuelto; y su padre ha mandado matar el becerro más gordo, porque lo recobró sano y salvo. Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera. Le dijo a su padre: Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro más gordo. El padre le contestó: Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo.
¡Si tan sólo nos ponemos en camino hacia Dios, si nos volvemos hacia Él y empezamos a buscar el camino de regreso a Casa, el Padre saldrá corriendo a recibirnos en Sus brazos de amor!
Isaías 1:18
El Señor dice: Vengan, vamos a discutir este asunto. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos como la lana.
1 Juan 1:5-10
Este es el mensaje que Jesucristo nos enseñó y que les anunciamos a ustedes: que Dios es luz y que en él no hay ninguna oscuridad. Si decimos que estamos unidos a él, y al mismo tiempo vivimos en la oscuridad, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces hay unión entre nosotros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si decimos que no hemos cometido pecado, hacemos que Dios parezca mentiroso y no hemos aceptado verdaderamente su palabra.
Los versículos de la Biblia citados, son de la versión: Dios Habla Hoy.
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