Ayer me llego una carta de mi hija, que tocó profundamente mi corazón, porque en la carta me daba las gracias por el tiempo que le había dedicado y la manera en que la había formado y educado. Reconozco que en los años de formación hubieron momentos difíciles para las dos, pero ahora sé que las lágrimas eran parte del proceso. Hoy después de un largo viaje y viendo a mi hija preparada para la vida, doy gracias a Dios, porque en los momentos donde no tenía fuerzas y no sabia que hacer o que decirle a mi hija, buscaba la dirección de Dios, antes que seguir mis propios instintos y pensamientos. Con la sabiduría y el amor de Dios, podemos educar a nuestros hijos. Si sembramos el amor de Dios en nuestros hijos desde pequeños, cuando sean adultos, cosecharemos familias que son ejemplos del amor de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario