Mateo 15:21-31
Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho! Jesús no le contestó nada. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron: Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.
Jesús dijo: Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo: ¡Señor, ayúdame! Jesús le contestó: No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros. Ella le dijo: Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces le dijo Jesús: ¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana.
Jesús salió de allí y llegó a la orilla del Lago de Galilea; luego subió a un cerro y se sentó. Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos, que pusieron a los pies de Jesús, y él los sanó. De modo que la gente estaba admirada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos podían ver. Y comenzaron a alabar al Dios de Israel.
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