Henry Longfellow (1807-1882), escribió una poesía el 25 de diciembre de 1863, estando muy triste por lo encarnizado de la guerra de secesión norteamericana. Parecía que el odio prevalecía. Su hijo cumplía servicio en el ejército y acababa de ser herido. Al escuchar el repicar de las campanas navideñas, salió de su pesimismo y comprendió que Dios no era sordo, ni estaba muerto. Confió en que el amor de Dios era más fuerte que odio y haría prevalecer la paz y la buena voluntad.
Esta es la poesía:
En Navidad un carillón oí tocando una canción que repetía con alegría: Paz al de buena voluntad.
Por todas partes, aquí y allá, campanas de la cristiandad tañeron con reiteración: Paz al de buena voluntad.
Me dije en mi consternación: No hay paz aquí en la Tierra, no.
El odio es tanto que ahoga el canto: Paz al de buena voluntad.
El repicar cobró amplitud: Dios no es sordo, ni ha muerto aún
El bien, no el mal, ha de triunfar. Paz al de buena voluntad.
Pasó el mundo de noche a día al son de aquella melodía que anunciaba a campanadas: Paz al de buena voluntad.
Jesús vino para que pasáramos de la oscuridad a la luz, de la guerra a la paz, del odio al amor; y eso, celebramos hoy. Feliz Navidad.
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