Cuando llueve y luego sale el sol, en ese ciclo perfecto, la tierra recibe todo lo que necesita para producir fruto. Sin embargo, hay tres opciones: Que la tierra no produzca nada, que produzca cizaña y maleza o que produzca una buena cosecha. El resultado depende de lo que se haya sembrado, la calidad de la tierra y los cuidados esa siembra ha recibido.
Para que tu produzcas una buena cosecha, necesitas ser una buena tierra, sembrar en ti una buena semilla y lo más importante, cuidar esa siembra. Lo que es necesario que recuerdes es que una cosecha sirve para alimentar a otros y para producir nuevas semillas para hacer nuevas siembras.
La buena tierra es tu actitud positiva, optimista y perseverante frente a la vida. La buena semilla es lo que alimenta tu mente y alma. El cuidado de la siembra es la constante vigilancia y protección de la semilla y la tierra, o sea, tus actitudes, carácter y tu alimento mental y espiritual.
El motivo y razón de este proceso es que lo que tu coseches con tu vida, sirva para alimentar a otros y para sembrar en otros, porque no somos entes independientes, sino que formamos parte del plan maestro de Dios y debemos tomar nuestro lugar en su ciclo perfecto.
Debes dar y recibir, porque no recibiste vida para estar en aislamiento, sino para tomar tu lugar dentro del ciclo del plan maestro de Dios.
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