Cuando tienes una pareja y hay una buena relación, puedes sentir el placer de compartir con tu pareja. Pero si la relación no es buena, lo dulce se hace amargo y ya no es placentero compartir con tu pareja.
Dios creó los placeres humanos, como: ver, escuchar, oler, sentir, degustar, comer, beber, descansar, dormir, amar, alegrarse y el placer sexual. Dios en su eterno y gran amor, determinó que satisfacer las necesidades de la vida fuera placentero. Además nos capacitó para disfrutarlo.
Si el placer fue creado por Dios para nuestro bien: ¿Por qué el ser humano se mete en tantos problemas al disfrutar de esos placeres? El problema es que hacemos de los placeres el centro de nuestra vida y los ponemos por encima de Dios y por encima de nuestro prójimo.
Muchas veces nuestro placer no toma en consideración los sentimientos o necesidades de nuestro prójimo y generalmente nuestro deseo de placer se torna más importante que todo incluyendo a Dios. Ahí está el problema.
El placer no es malo. ¿Cómo puede serlo si Dios lo creo? Pero, sin tener a Dios como tu primera prioridad, se vuelve amargo. Disfrutarlo, teniendo a Dios en el centro de tu mente y corazón, es un placer extraordinario, duradero y nunca se vuelve amargo.
Dios creó el placer y no es malo. Sin embargo, el placer fuera del plan de Dios, es agradable en el momento, pero luego nos trae problemas.
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