La autoridad es quien ejerce el mando, porque su poder y facultad son legítimos. Aquí incluimos toda autoridad, desde las familiares, hasta las nacionales e internacionales. La autoridad, está a nuestro servicio, pero eso no significa que todo lo que haga nos va a gustar, porque debe imponer reglas y normas de orden y disciplina, buscando el bien del colectivo sobre el individual.
El problema es que somos rebeldes y no queremos someternos a la autoridad. Siempre tenemos quejas sobre y abundan las excusas para no cumplir con sus normas. El hecho es que, si no nos sometemos a las autoridades humanas a quienes vemos, como vamos a someternos a Dios a quien no vemos. Dios es todopoderoso, todo lo sabe, todo lo ve y gobierna legítimamente porque es creador y dueño de todo. Pero, por nuestra rebeldía, no nos sometemos a su autoridad.
Cuando decimos: esta es mi vida y soy libre para vivirla como quiera, proclamamos nuestra orgullosa pretensión de independencia a toda autoridad. ¿A dónde nos ha conducido esto? Miremos a nuestro alrededor. El mismo desorden que impera en una familia donde nadie respeta la autoridad, impera en nuestro mundo donde se ha perdido todo respeto a la autoridad, sobre todo a la autoridad de Dios.
Es tiempo de recapacitar y someternos con disciplina, a toda autoridad que sea legítima, comenzando con la autoridad de Dios. Si lo hacemos todos mejoraremos individualmente y el mundo será mejor.
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