Hay una historia de un hombre a quién el hijo más joven le pidió su parte de la herencia. El padre se la dió y el hijo se fue a otro país, donde lo derrochó todo, llevando una vida desenfrenada. Comenzó a pasar hambre y pidió trabajo, pero lo pusieron de sirviente y seguía pasando hambre. Al fin pensó: En casa de mi padre hay comida de sobra y yo aquí me muero de hambre. Regresaré a casa de papá.
Se puso en camino y cuando su padre lo vio, corrió a su encuentro y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: Papá, he pecado contra Dios y contra ti; no merezco llamarme tu hijo. Pero el padre le preparó una fiesta de bienvenida. El hijo mayor se enojó y le dijo: ¿Cómo es posible que a este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero, le hagas una fiesta de bienvenida? El padre le contestó: Hijo, había que celebrar, porque tu hermano, se había perdido y lo hemos encontrado.
Esto está en el capítulo 15 del Evangelio de Lucas y nos muestra que aunque te hayas apartado de Dios y seas una oveja descarriada, Él sigue amándote y esperándote. ¡Regresa! ¡Nunca es tarde! Tu Padre te ama, te recibirá con los brazos abiertos, te perdonará y celebrará tu regreso. Acércate a Dios. ¡Buscalo!
¿Puedes imaginar a tu Padre celestial esperando por ti? ¡Por favor, vuelve a casa!
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