Hoy en día existen grupos cristianos que se han vuelto muy influyentes. Sus creencias son muy fuertes, se comprometen a obedecer las reglas y participan decididamente en sus ceremonias. Se consideran seguidores auténticos de Cristo, confían en sus creencias y se sienten justos. Por esa razón se separan del resto del mundo, para no contaminarse.
Este grupo de cristianos cuando ora dice: Gracias Señor por haberme salvado y por haberme apartado del pecado y por cambiarme para no ser un pecador. Gracias por permitirme orar diariamente, leer la Biblia, ayunar y diezmar.
Leamos que dice Jesús sobre esto:
Lucas 18:9-14
Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás: Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano. Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador! Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.
Según Jesús, ¿cuál de estos hombres quedó justificado delante de Dios? ¿El que aparentaba ser muy justo y santo, y que innegablemente se creía recto y bueno? ¿O el pecador, al que otros desdeñaban? El pecador, quien sabía que no podía presumir de bondad alguna y que necesitaba de la misericordia y perdón a Dios. El modo en que Dios ve las cosas suele ser muy distinto del nuestro.
Si bien los pecados del pecador eran muchos —nadie lo duda—, dice Jesús que, porque confesó y reconoció con humildad y sinceridad, el hecho de que era pecador y que precisaba la ayuda de Dios, aquel día abandonó el templo justificado. A los ojos de Dios, el orgullo del que se cree bueno en su propia opinión, con esa actitud hipócrita y beata que lleva a algunos a despreciar y a tener en menos a los demás por considerarlos no tan buenos como ellos, es el peor de los pecados. Jesús dijo:
Mateo 9:13
Vayan y aprendan el significado de estas palabras: Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios. Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
Explicado de otro modo, Jesús les quiso decir: Preferiría que más bien tuvieran amor y misericordia, en lugar de limitarse a ser legalistas. Preferiría que manifestasen amor a los demás en vez de ser tan religiosos y criticones, juzgando a las personas. Es un gran alivio admitir llanamente que por nosotros mismos somos incapaces de ser buenos o justos. Al fin y al cabo, Dios ha dicho en Su Palabra que nadie es bueno: Así está escrito:
Romanos 3:10
Pues las Escrituras dicen: ¡No hay ni uno solo que sea justo!
Efesios 2:89
Pues por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios. No es el resultado de las propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada.
Dios tiene compasión y misericordia, pero no de personas legalistas, religiosas y perfeccionistas que se creen buenas, sino de los pobres, humildes y desesperados pecadores, que saben que necesitan a Dios. A esos vino a salvar.
Para Dios la virtud consiste en depender de Él, como el pecador que sabe que necesita a Dios y que confía en que Él lo salvará; no como el hipócrita y santurrón, convencido de que puede triunfar por sus propios esfuerzos y salvarse a base de su propia bondad. El concepto divino de la santidad es el del pecador salvado por gracia, desprovisto de toda perfección y de toda justicia propia, que depende totalmente de la gracia, el amor y la misericordia de Dios.
¿Qué tipo de persona somos? Recordemos que el orgullo es malo en todas las circunstancias pero sobre todo en nuestra relación con El Señor.
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