Nosotros, los seres humanos tenemos la tendencia a ser esclavos por elección, o sea, por nuestra propia decisión. Porque decidimos vivir atados y encadenados a una variedad de agentes esclavizantes:
- Heridas y traumas del pasado
- Resentimiento por decisiones ajenas
- Rencor por agresiones en contra nuestra
- Culpa por nuestras acciones pasadas
- Relaciones personales que se han ido
- Acumulación de odio en nuestro corazón
- Estado permanente de tristeza y depresión
- Necesidad de contienda y enfrentamiento
- Tendencia a la impaciencia
- Inclinación hacia la soberbia, el orgullo y la vanidad
- Incapacidad para ser fiel y estable
- Vicios y malos hábitos
- Vida laboral insatisfactoria
- Rutina de la vida
¿Reconocemos alguno de estos agentes esclavizantes en nuestra vida? Nos esclavizan porque nos impiden ser las personas que debemos ser, nos inmovilizan para que no avancemos y nos envuelven para que no crezcamos ni progresemos. Son cadenas muy fuertes que nos atan muy firmemente. Sin embargo, nuestro Padre celestial nos ha dado la capacidad y el derecho de liberarnos. El Señor ha puesto en nosotros el poder para liberarnos de toda esclavitud y Jesucristo nos compro y nos liberó con su sangre en el calvario. Por eso tenemos el poder y el derecho de ser libres. ¡Seamos libres! Dejamos de culpar a otros por lo que no marcha bien en nuestra vida y tomemos la decisión personal de ser libres.
Cada día tenemos la oportunidad de empezar de nuevo. Cada mañana, recibimos otra oportunidad para cambiar, avanzar, crecer, progresar y para mejorar nuestra vida. La responsabilidad es nuestra. La decisión es nuestra. Nuestra felicidad no depende de nuestros padres, pareja, amigos, de nuestro presente o nuestro pasado. Está dentro de nosotros y depende de nosotros. ¿A qué le tememos? ¿Al rechazo? ¿Al éxito? ¿Al fracaso? ¿Al que dirán? ¿A la crítica? ¿A cometer errores? ¿A estar solo?
Somos hijos de Dios y podemos caminar con la frente en alto. El pasado quedó atrás. Nadie lleva un registro de nuestras faltas. Si nos hemos arrepentido y hemos cambiado, nuestro Padre celestial no sólo las perdonó sino que también las borró. Ese juez que nos reprocha, ese verdugo que nos castiga, ese mal amigo que siempre nos critica, es nuestro enemigo que nos quiere mantener atados. No le demos espacio en nuestra vida escuchándolo. No seamos nuestro peor enemigo. Así como nuestro Padre nos perdonó, perdonemos a nuestros hermanos que nos han hecho daño y perdonémonos a nosotros mismos por el daño que hemos causado. Así seremos libres.
La vida es lo que está pasando ahora, en este preciso instante. En este momento algo que no podemos comprender, nos mantiene vivos. No nos acostumbremos a la vida, no nos acostumbremos a despertar todos los días y sentirnos siempre igual. Abramos los ojos y agradezcamos la bendición de estar vivos. ¡Seamos libres de toda atadura!
Lucas 8:26-36
Por fin llegaron a la tierra de Gerasa, que está al otro lado del lago, frente a Galilea. Al bajar Jesús a tierra, salió del pueblo un hombre que estaba endemoniado, y se le acercó. Hacía mucho tiempo que no se ponía ropa ni vivía en una casa, sino entre las tumbas. Cuando vio a Jesús, cayó de rodillas delante de él, gritando: ¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego que no me atormentes! Dijo esto porque Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliera de él. Muchas veces el demonio se había apoderado de él; y aunque la gente le sujetaba las manos y los pies con cadenas para tenerlo seguro, él las rompía y el demonio lo hacía huir a lugares desiertos. Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él contestó: Me llamo Legión. Dijo esto porque eran muchos los demonios que habían entrado en él, los cuales pidieron a Jesús que no los mandara al abismo. Como había muchos cerdos comiendo en el cerro, los espíritus le rogaron que los dejara entrar en ellos; y Jesús les dio permiso. Los demonios salieron entonces del hombre y entraron en los cerdos, y estos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y allí se ahogaron. Los que cuidaban de los cerdos, cuando vieron lo sucedido, salieron huyendo y fueron a contarlo en el pueblo y por el campo. La gente salió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, encontraron sentado a sus pies al hombre de quien habían salido los demonios, vestido y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que habían visto lo sucedido, les contaron cómo había sido sanado aquel endemoniado.
Lucas 1:73-75
Y este es el juramento que había hecho a nuestro padre Abraham: que nos permitiría vivir sin temor alguno, libres de nuestros enemigos, para servirle con santidad y justicia, y estar en su presencia toda nuestra vida.
Lucas 4:18-19
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor.
Juan 8:31-32
Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él: Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
Juan 8:36
Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres.
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