Caminó por todo Su país haciendo el bien y ayudando a la gente.
Consoló y fortaleció a los cansados.
Sanó milagrosamente a los enfermos.
Sanó a ciegos, sordos, leprosos y resucitó muertos.
Alimentó a los que tenían hambre.
Comunicó Su mensaje y Su amor a la gente corriente y a los pobres.
Fue amigo de borrachos, prostitutas y pecadores.
Fue compañero de los marginados y oprimidos por la sociedad.
Afirmó que había que volverse como un niño para entrar al reino de Dios.
No dijo que hubiera que celebrar aparatosos cultos en fastuosos templos.
Nunca enseñó a la gente que tenía que observar complicados ritos ni tradiciones.
Las únicas leyes que nos dio, son: amarás al Señor con todo tu corazón y amarás al prójimo como a ti mismo.
Nos dejó la regla de oro: trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti.
Se relacionó muy poco con los poderosos dirigentes eclesiásticos de Su época.
Obró completamente al margen de la religión establecida.
Su doctrina de amor socavó el orden religioso de la época.
Entregó Su vida por ti y por mí.
Murió por los pecados del mundo.
Está vivo porque resucitó.
Seguimos a Jesús vivo.
Sin embargo, ¿Seguimos al mismo Jesús del Evangelio?
O estamos siguiendo una costumbre, una tradición o una moda.
¿Tenemos Su mismo enfoque?
¿Hacemos lo que Él hizo?
¿Lo estamos siguiendo a Él?
Hoy es un buen día para meditar y reflexionar.
Lucas 23
Todos se levantaron, y llevaron a Jesús ante Pilato. En su presencia comenzaron a acusarlo, diciendo: Hemos encontrado a este hombre alborotando a nuestra nación. Dice que no debemos pagar impuestos al emperador, y además afirma que él es el Mesías, el Rey. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Tú lo has dicho, contestó Jesús. Entonces Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a la gente: No encuentro en este hombre razón para condenarlo. Pero ellos insistieron con más fuerza: Con sus enseñanzas está alborotando a todo el pueblo. Comenzó en Galilea, y ahora sigue haciéndolo aquí, en Judea. Al oír esto, Pilato preguntó si el hombre era de Galilea. Y al saber que Jesús era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, pues él también se encontraba aquellos días en Jerusalén. Al ver a Jesús, Herodes se puso muy contento, porque durante mucho tiempo había querido verlo, pues había oído hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le contestó nada. También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo acusaban con gran insistencia. Entonces Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio, y para burlarse de él lo vistieron con ropas lujosas, como de rey. Luego Herodes lo envió nuevamente a Pilato. Aquel día se hicieron amigos Pilato y Herodes, que antes eran enemigos. Pilato reunió a los jefes de los sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: Ustedes me trajeron a este hombre, diciendo que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no lo he encontrado culpable de ninguna de las faltas de que lo acusan. Ni tampoco Herodes, puesto que nos lo ha devuelto. Ya ven, no ha hecho nada que merezca la pena de muerte. Lo voy a castigar y después lo dejaré libre. Pero todos juntos comenzaron a gritar: ¡Fuera con ese! ¡Déjanos libre a Barrabás! A este Barrabás lo habían metido en la cárcel por una rebelión ocurrida en la ciudad, y por un asesinato. Pilato, que quería dejar libre a Jesús, les habló otra vez; pero ellos gritaron más alto: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Por tercera vez Pilato les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no encuentro en él nada que merezca la pena de muerte. Lo voy a castigar y después lo dejaré libre. Pero ellos insistían a gritos, pidiendo que lo crucificara; y tanto gritaron que consiguieron lo que querían. Pilato decidió hacer lo que le estaban pidiendo; así que dejó libre al hombre que habían escogido, el que estaba en la cárcel por rebelión y asesinato, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos.
Cuando llevaron a Jesús a crucificarlo, echaron mano de un hombre de Cirene llamado Simón, que venía del campo, y lo hicieron cargar con la cruz y llevarla detrás de Jesús. Mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de tristeza por él, lo seguían. Pero Jesús las miró y les dijo: Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos. Porque vendrán días en que se dirá: Dichosas las que no pueden tener hijos, las mujeres que no dieron a luz ni tuvieron hijos que criar. Entonces comenzará la gente a decir a los montes: ¡Caigan sobre nosotros!, y a las colinas: ¡Escóndannos! Porque si con el árbol verde hacen todo esto, ¿qué no harán con el seco? También llevaban a dos criminales, para crucificarlos junto con Jesús. Cuando llegaron al sitio llamado La Calavera, crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús. La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo: Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio, diciéndole: ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: Este es el Rey de los judíos. Uno de los criminales que estaban colgados, lo insultaba: ¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: ¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. El sol dejó de brillar, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Jesús gritó con fuerza y dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió. Cuando el capitán romano vio lo que había pasado, alabó a Dios, diciendo: De veras, este hombre era inocente. Toda la multitud que estaba presente y que vio lo que había pasado, se fue de allí golpeándose el pecho. Todos los conocidos de Jesús se mantenían a distancia; también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea estaban allí mirando. Había un hombre bueno y justo llamado José, natural de Arimatea, un pueblo de Judea. Pertenecía a la Junta Suprema de los judíos. Este José, que esperaba el reino de Dios y que no estuvo de acuerdo con lo que la Junta había hecho, fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro excavado en una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie. Era el día de la preparación para el sábado, que ya estaba a punto de comenzar. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el cuerpo. Cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y ungüentos. Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento.
Los versículos de la Biblia citados, son de la versión: Dios Habla Hoy.
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